Si por algún interés específico buscamos analizar, describir y caracterizar una sociedad en particular, podríamos recurrir a múltiples ópticas y perspectivas para ello, pero sin dudas existen dos factores que podemos considerar neurálgicos: lo económico y lo social. Por un lado, lo social puede sonar redundante en el análisis de, justamente, una sociedad; pero entiéndase a lo social como el sistema de relaciones entre individuos, grupos e instituciones en una sociedad dada. Y, por otro lado, entiéndase a lo económico como el sistema de producción, distribución, comercio y consumo de bienes y servicios de esta misma sociedad. Ambos factores no son independientes sino que, por el contrario, se retroalimentan.
Así, una configuración económica
conduce a una configuración social, y una configuración social conduce a una
configuración económica. Tomando un ejemplo concreto, podemos establecer
esta interrelación entre ingreso (factor económico) y educación (factor social):
un buen ingreso familiar posibilita una buena educación de los hijos e hijas, y
una buena educación recibida por un/a joven posibilita -o al menos aumenta las
probabilidades de- un buen ingreso en la familia que éste/a forme. A su vez,
desde una perspectiva más bien estructural y marxista, se puede asegurar que el factor
económico es el dinamizador y preponderante de esta reciprocidad. En otras
palabras, la forma en la que una sociedad produce y consume configura los
mecanismos en que esta misma se relaciona. De forma genérica, no es tan difícil
visualizarlo: un malestar económico conduce indefectiblemente a un malestar
social.
En definitiva, para entender la
matriz social de una sociedad dada, es necesario entender su matriz económica.
Asimismo, para transformar la matriz social de una sociedad dada, es necesario
transformar su matriz económica.
Ahora, otra cuestión importante:
¿Qué entendemos por desarrollo? ¿Desarrollo de qué? ¿En beneficio de quién o
quiénes? Este concepto puede tomar diversos matices dependiendo de la
perspectiva técnica e ideológica desde la que se lo aborde. Desde una
perspectiva progresista, entendemos al desarrollo como la suma paralela y
biunívoca del desarrollo económico y del desarrollo social, con perspectiva de
bienestar social y medioambiental. Ahora bien, no necesariamente un desarrollo
económico lleva directamente a un desarrollo social general; aquí entran en
juego los mecanismos de distribución de ese desarrollo.
La desigualdad, un obstáculo
En los últimos años, la ciudad de
Rafaela ha ido tomando incipiente y progresivamente características típicas de
las urbes latinoamericanas industrializadas contemporáneas: desigualdad,
estamentos sociales pronunciados, marginación, pobreza estructural, déficit
habitacional, violencia. El desarrollo económico tan eficaz del Siglo XX se
estancó, y surgieron serios problemas distributivos. Hemos arribado así a una
realidad actual con problemáticas sociales complejas, que se han venido configurando
desde hace ya varios años. Y ante esta realidad, la desigualdad es una variable
a la que se debe prestar especial atención.
Existen diversos mecanismos
económicos y sociales que producen las desigualdades. Y el desafío de las
sociedades industrializadas reside en encontrar las herramientas más eficaces de
hacer progresar las condiciones de vida de los menos favorecidos (Piketty,
2014). Y no sólo por una cuestión lógica de justicia social, sino porque estos
mecanismos, además de producir las desigualdades, tienden a profundizarlas cada
vez más, haciendo que los pobres sean cada vez más pobres y los ricos cada vez
más ricos. En definitiva, se constituyen en un claro obstáculo para el
desarrollo de una sociedad en su conjunto.
Una forma de medir la desigualdad
es a través de la distribución del ingreso entre los hogares de una población,
y el coeficiente de Gini es una de las variables que lo hace visible. Este
coeficiente es un número entre 0 y 1, en donde 0 se corresponde con la perfecta
igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y donde el valor 1 se corresponde
con la perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y las demás
ninguno).
Ha sido demostrado por estudios
sociológicos de diversos autores a nivel mundial que las variables desigualdad
y violencia en una sociedad están íntimamente relacionadas. Uno de los
principales mecanismos causales para explicar este vínculo consiste en que en
aquellas sociedades donde se pone énfasis cultural en el éxito económico y a su
vez posee grandes inequidades económicas debido a barreras institucionales
(legales) o estructurales (difícil acceso a la educación de calidad, por
ejemplo), los individuos desfavorecidos se frustran y enojan al no poder
encontrar medios legítimos para alcanzar ese éxito del que disfrutan los más
privilegiados, lo cual los empuja a buscar formas ilegítimas, incluso
violentas, para lograrlo (Mendoza, 2012). Así, en base al coeficiente de Gini,
podemos asociar esta variable a los países más pacíficos del mundo como Noruega
(0,25), Finlandia (0,25) o Alemania (0,30) y los más violentos como EEUU
(0,42), México (0,43) o Colombia (0,51). Por su parte, Argentina posee un
coeficiente de 0,42.
Esta información acerca de la
realidad rafaelina, actual o histórica, no se encuentra accesible de forma
pública, pero diversos indicios más bien relacionados con las diversas experiencias,
trayectorias y realidades sociales locales conducen a inferir con mucha
seguridad que los niveles de desigualdad puertas adentro de la ciudad han
venido aumentando de manera sustancial en los últimos 30 años. En la
actualidad, por lo menos, lo vemos con cierta claridad; vivimos una realidad
con serios problemas de distribución desigual en cuanto a recursos y
capacidades entre nuestros ciudadanos y ciudadanas. Problemas que se acentúan
si las analizamos considerando la variable etaria y la de género.
Ante esto, los rafaelinos y
rafaelinas tenemos el desafío de apostar a torcer el círculo regresivo entre lo
económico y lo social. Debemos trabajar en la creación de nuevas cadenas de valor
para el crecimiento del empleo, la producción y la economía local. Debemos
medir y estudiar nuestras desigualdades, y emprender acciones intensivas y
conscientes para aminorarlas. Y no menor: abordar esta tarea con perspectiva
territorial, etaria, de género y ambiental.
Descentralizar la economía para descentralizar el desarrollo
En este marco, otro de los
grandes desafíos para el desarrollo local es descentralizar nuestra matriz
económica, en cuanto a recursos y capacidades. Rafaela se ha tornado una ciudad
grande, esto debemos entenderlo, y bien podrían visibilizarse “varias ciudades”
dentro de esta misma. Querer forzar el desarrollo de la ciudad encuadrándolo
dentro de los esquemas establecidos hasta hoy día conduciría directamente a
mayores niveles de desigualdad, marginación y pobreza estructural.
Resulta clave, con miras en el
futuro de nuestra comunidad, emprender políticas y acciones específicas
enfocadas en el desarrollo y fortalecimiento de las economías de pequeña y
mediana escala en circuitos territorialmente descentralizados. Esto significa
el empoderamiento económico, en base a recursos y capacidades, de las
subcomunidades de la ciudad, y especialmente de aquellas más postergadas.
Debemos fortalecer la apropiación
de conocimiento y capacidades por parte de la ciudadanía, y no basta con mejorar
los niveles de acceso y permanencia al sistema educativo convencional, es
necesario además crear más centros de capacitación en empleos tradicionales,
nuevos empleos, administración, emprendedurismo, cooperativismo. Y fortalecer
también la apropiación de recursos, por lo cual debemos ampliar los mecanismos
de acceso a recursos financieros por parte de emprendedores y pequeñes
productores. Fomentar la economía colaborativa, el cooperativismo, la economía
social y solidaria, la economía feminista, la puesta en valor de la producción
local de pequeños y medianos actores. Y todo esto, claro está, debe ir acompañado
de un desarrollo descentralizado de la infraestructura social: salud,
educación, urbanismo, etc.
En definitiva, Rafaela debe reordenar
prioridades y reunir esfuerzos para construir una nueva agenda de desarrollo
con perspectiva descentralista, a fin de resolver los serios problemas
distributivos de recursos y capacidades que poseemos entre nuestros ciudadanos
y ciudadanas. El potencial para lograrlo lo tenemos, sólo resta rediscutir, redefinir
y poner en marcha una agenda común para el desarrollo, con perspectiva de bienestar
social y equilibro medioambiental.
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