Imagen: recreación de los revolucionarios French y Beruti, por @maxi_godoyalvarez; repost desde @dehistoriasomos.
Aunque la República Argentina que hoy conocemos tomó forma varios años después, el Cabildo Abierto del 25 de Mayo de 1810 fue un acontecimiento trascendental en el nacimiento de nuestra nación.
Por un lado, eran años de una Europa convulsionada, por la Revolución Francesa de 1789, el crecimiento de los movimientos políticos liberales y las agresivas campañas conquistadoras de Napoleón Bonaparte de entre 1803 y 1815, en las que iban cayendo uno a uno los diversos estados absolutistas. En su avanzada hacia Portugal, en el año 1808 Napoleón invade España y depone al rey Fernando VII, dejando así sin regencia a las colonias españolas, entre ellas el Virreinato del Río de la Plata. También en diversas colonias americanas habían surgido en los años previos algunos focos revolucionarios, como la declaración de independencia de los Estados Unidos en 1776, la Revolución Haitiana de 1791 y la Revolución de Chuquisaca en el Alto Perú en 1809. Sin dudas, los vientos revolucionarios de tipo liberales eran parte de un clima de época de aquel mundo occidental.
Por otro lado, en el Virreinato había ocurrido un suceso épico que le dio nacimiento a una incipiente conciencia nacional: las dos invasiones inglesas de los años 1806 y 1808, que fueron valientemente resistidas y finalmente vencidas por las milicias populares criollas. En Buenos Aires ya se había formado también una pre-burguesía nacional, con personalidades pudientes e ilustradas, que también adherían a las ideas liberales que iban tomando fuerza poco a poco en Europa. Entre ellas estaba Manuel Belgrano, que en su juventud migró a España a estudiar derecho en la Universidad de Salamanca y, con 24 años, en 1794 volvió a Buenos Aires, donde fue nombrado Secretario del consulado de la ciudad. Durante su estadía en Europa habían calado hondo en su conciencia los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa y, ya en el Virreinato, participó activamente en la defensa de Buenos Aires en las dos invasiones inglesas.
En este contexto, el 13 de mayo de 1810 llega al puerto de Buenos Aires una fragata inglesa con inquietantes novedades: en España ha caído la Junta de Sevilla, la más importante de las juntas surgidas en nombre del rey Fernando VII en resistencia a la invasión napoleónica. La noticia alborota a los criollos, que de inmediato organizan reuniones secretas ya que, con la caída del rey, el título de Cisneros como virrey ya no era tan legítimo, y tampoco estaban dispuestos a pasar a ser una colonia francesa. Así es que entonces le exigen a Cisneros la pronta convocatoria a un cabildo abierto, para que el pueblo pueda discutir y decidir acerca del destino de la colonia. Acorralado, y con la negación de apoyo por parte del jefe militar Cornelio Saavedra, cede ante el pedido y, desde el balcón del Cabildo, da el aviso de la realización del Cabildo Abierto a las 21 horas del día 22 de mayo.
Finalmente, y tras acalorados debates entre realistas y revolucionarios, logra imponerse la voluntad de estos últimos y el día 25 de Mayo se forma la Primera Junta de Gobierno patrio. Es el primer grito de libertad, y ya no hay vuelta atrás. La junta es presidida por Cornelio Saavedra, de postura conservadora y conciliadora, pero cuenta también con la participación de personalidades de posturas más radicales, como Juan José Castelli, Manuel Belgrano y Mariano Moreno, que pretenden impulsar profundas reformas económicas y sociales, y hasta la mismísima independencia total.
Con esta nueva realidad, que sólo ha tenido repercusión en Buenos Aires y alrededores, parten tres campañas militares para difundir la revolución a todo el Virreinato: la primera a la Banda Oriental, liderada por Artigas; la segunda al Paraguay, al mando de Belgrano; y la tercera al alto Perú, conducida por Francisco Ortiz de Ocampo. Ya están echadas las cartas para el inicio de la formación de un nuevo estado nacional independiente. Luego vendrán una seguidilla de sucesos como el Éxodo Jujeño, la Batalla de Salta, el Encuentro de Yatasto, el Primer y Segundo Triunvirato, la Asamblea del año XIII y finalmente la Declaración de Independencia del 9 de Julio de 1816.
Hoy debemos recordar con gran orgullo nacional aquella gesta, pero siendo conscientes de las tareas pendientes y los desafíos actuales que enfrentamos para el desarrollo pleno de nuestra nación. El siglo XX nos ha encontrado con avances a medias tintas, con marchas y contramarchas. Por un lado, con importantes conquistas como el voto universal masculino y femenino, la Constitución de 1994, el desarrollo de una industria nacional intermedia, y un gran número de derechos civiles y sociales pero, por otro lado, un periodo de 50 años de alternancias entre democracias y recurrentes dictaduras militares, las cuales definitivamente no representan la continuación de los ideales liberales y democráticos de aquellos patriotas de mayo de 1810. Hoy, con una joven democracia de apenas 36 años, tenemos como desafío central la definición de un proyecto político, económico y social de nación, que nos otorgue un gran marco de estabilidad y desarrollo progresivo, tal como lo han hecho las sociedades occidentales desarrolladas desde mediados del siglo XX, y el definitivo establecimiento de un sistema de nación verdaderamente federal.
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