“La juventud de la Patria fue vanguardia en esta gran batalla, que no fue la lucha de un hombre, sino la lucha de un pueblo; ella es la victoria de Chile, alcanzada limpiamente esta tarde.
(...)
Pero yo sé que ustedes, que hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra Patria en un país señero en el progreso, en la justicia social, en los derechos de cada hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra.
(…)
Hemos triunfado para derrocar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una profunda reforma agraria, para controlar el comercio de exportación e importación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo.
(…)
Cuando un pueblo ha sido capaz de esto, será capaz también de comprender que sólo trabajando más y produciendo más podremos hacer que Chile progrese y que el hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja humana, tengan derecho auténtico al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, al descanso, a la cultura y a la recreación, juntos, con el esfuerzo de ustedes vamos a hacer un gobierno revolucionario.
(…)
Pero al mismo tiempo mantendremos nuestros Comités de Acción Popular en actitud vigilante, en actitud responsable, para estar dispuestos a responder a un llamado, si es necesario, que haga el comando de la Unidad Popular.
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En nuestro discurso lo dijimos: somos los herederos de los padres de la Patria y juntos haremos la segunda independencia: la independencia económica de Chile.”
Con estas palabras, 50 años atrás, y desde los balcones de la Federación Estudiantes de Chile y ante miles de trabajadores, el socialista Salvador Allende cerraba aquella histórica jornada del 4 de septiembre de 1970, en que la Unidad Popular triunfaba en las elecciones y lo convertía así en Presidente de la República de Chile.
El triunfo se daba en un contexto convulsionado, en medio de una disputa imperialista entre Estados Unidos y la Unión Soviética -la Guerra Fría-, y en un momento en que ocurrían diversos sucesos desperdigados por el mundo que mostraban un claro ascenso obrero-juvenil-estudiantil en la disputa político-social: Las protestas en distintas partes del mundo contra la Guerra de Vietnam, la irrupción de las Panteras Negras en los Estados Unidos, el Mayo Francés, la Primavera de Praga, el Otoño Caliente en Italia, el Cordobazo en Argentina, entre tantos otros hechos similares. Chile consagraba como Presidente a un marxista que constantemente en sus discursos nombraba a los cuatro sujetos sociales claves de aquella gesta: los obreros, los campesinos, las mujeres y la juventud.
Pero hubo un componente fundamental del triunfo y que hoy sigue teniendo la misma vigencia: en contra de cualquier dogmatismo y cualquier receta, la interpretación inteligente de la realidad nacional para llevar a la realidad los postulados socialistas. “La vía chilena al socialismo” fue ese estandarte que sintetizó la construcción de la Unidad Popular, reuniendo en un frente político a trabajadores, clases medias y cristianos.
Hasta ese entonces, todo indicaba que la única receta posible de revolución era “a la cubana”, es decir, marxista-leninista y con las armas. Sin embargo, existía una comprensión política entre Fidel Castro, el Che Guevara y Salvador Allende. De hecho, en 1971 Fidel haría una visita a Chile por más de tres semanas. Algunos años antes, el Che le había regalado el primer ejemplar de su libro Guerra de Guerrillas a Fidel y, como otro gesto precedente, el segundo a Allende, al que le escribió en la dedicatoria “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo”. Años después, en su discurso en la Universidad de Guadalajara del 2 de diciembre de 1972, sobre esta dedicatoria Allende decía:
Si el comandante Guevara firmaba una dedicatoria de esta manera, es porque era un hombre de espíritu amplio que comprendía que cada pueblo tiene su propia realidad, que no hay receta para hacer revoluciones.”
Era, sin embargo, parte de un momento histórico en que las izquierdas estaban dispersas, sin un paradigma claro, con una Unión Soviética en decadencia y transcurriendo los “Treinta Gloriosos Años”, en que el capitalismo -de la mano de fuertes estados de bienestar, claro- había logrado llevar altos niveles de bienestar en las sociedades del Primer Mundo. En Argentina, el 23 de abril de 1972 se fundaba el Partido Socialista Popular, que nacía como una síntesis del impulso del Movimiento de Acción Popular Argentino -de perfil marxista, liderado por Guillermo Estevez Boero-, la estructura y tradición del viejo Partido Socialista Argentino -el fundado por Juan B. Justo en 1896-, la agrupación Militancia Popular y el Grupo Evolución -escisión del Partido Socialista Democrático-. Y ocurría en ese acto una cuestión anecdótica pero que no dejaba de ser una clara muestra de lo que estaba pasando con las izquierdas en ese momento: el escenario, por acuerdo de todos los grupos fundantes, era decorado con los rostros de Alfredo Palacios en un telón de fondo, el de Juan B. Justo en el centro y abajo, y sobre el escenario, a la derecha, el del Che Guevara y, a la izquierda, el de Salvador Allende. Toda una demostración de un clima de época.
La cuestión cristiana también fue toda una novedad política en la construcción y la victoria de la Unidad Popular chilena. El marxismo ortodoxo siempre fue ateo y, por supuesto, planteaba que las revoluciones debían ser realizadas en esa sintonía. Sin embargo, la doctrina Allende le esquivó a ese dogma, y lo dejó en claro en el discurso de Guadalajara:
“Por eso es que la juventud contemporánea, y sobre todo la juventud de Latinoamérica, tiene una obligación contraída con la historia, con su pueblo, con el pasado de su patria. La juventud no puede ser sectaria; la juventud tiene que entender, y nosotros en Chile hemos dado un paso trascendente: la base política de mi Gobierno está formada por marxistas, por laicos y cristianos; y respetamos el pensamiento cristiano, cuando ese pensamiento cristiano interpreta el verbo de Cristo que echó a los mercaderes del templo.
Claro que tenemos la experiencia de la Iglesia, vinculada al proceso de los países poderosos del capitalismo e, incluyendo, en los siglos pasado y en la primera etapa de éste, no a favor de los humildes como lo planteaba el maestro de Galilea; pero si los tiempos han cambiado y la conciencia cristiana está marcando la consecuencia por el pensamiento honesto, en la acción honesta, los marxistas podemos coincidir en etapas programáticas como pueden hacerlo los laicos y lo hemos hecho en nuestra patria -y nos está yendo bien-, y conjugamos una misma actitud y un mismo lenguaje frente a los problemas esenciales del pueblo.
Porque un obrero sin trabajo, no importa que sea o no sea marxista, no importa que sea o no sea cristiano, no importa que no tenga ideología política, es un hombre que tiene derecho al trabajo y debemos dárselo nosotros; por eso el sectarismo, el dogmatismo, el burocratismo, que congela las revoluciones, y ése es un proceso de concientización que es muy profundo y que debe comenzar con la juventud…”
El mandato de la doctrina Allende, hoy
Hoy el mundo transita un momento de grandes cambios y reconfiguraciones geopolíticas. La pandemia mundial que atravesamos está acelerando algunos procesos económico-sociales y acentuando otros. Los pobres se están haciendo más pobres, los ricos más ricos, y la depredación medioambiental parece no tener freno, aún en estas condiciones. El poder geopolítico internacional está en un proceso de redistribución; en meses previos a la pandemia ya se estaba desarrollando y agudizando una guerra comercial entre los Estados Unidos y China.
Probablemente, desde una mirada gramsciana, estamos asistiendo a una nueva crisis orgánica, en que la legitimidad de las instituciones, los partidos políticos y el Estado están en crisis, y esto puede derivar en dos salidas posibles: la salida autoritaria o la salida progresista. Y la fuerza viva que determinará esa salida es ni más ni menos que la de la acción humana. Es por eso que hoy más que nunca el socialismo y los progresismos deben encarar un proceso estratégico e inteligente de disputa por el poder, para que la “nueva normalidad” de la post pandemia sea realmente una mejor normalidad.
Y en eso, sin dudas, la doctrina Allende sigue más vigente que nunca. El socialismo y los sectores progresistas debe encarar un proceso de acumulación social y política sin dogmatismos, sin burocratismos, sin recetas, para lograr articular los diversos sectores sociales que componen la gran mayoría de la ciudadanía y lograr acuerdos para un programa común hacia una nueva y mejor normalidad. De lo contrario, si esto no ocurre, será la vía autoritaria la que primará.
Después de todo, ha quedado demostrado que los procesos sociales no se detienen, tal como lo marcara Salvador Allende en sus últimas palabras por Radio Magallanes desde el Palacio de la Moneda, minutos antes de que las Fuerzas Armadas dieran el golpe final que lo derrocara:
“Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
(...)
Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.”
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