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Un nuevo acuerdo de desarrollo local para una nueva ciudad


La ciudad de Rafaela asiste por estos años a un importante cambio de fase: está pasando de ser la vieja ciudad-pueblo a una nueva ciudad-urbe industrializada latinoamericana. Y esta transformación no es inerte, sino que trae aparejadas nuevas problemáticas y desafíos para nuestra comunidad, tal como lo he descripto en notas anteriores.

Este proceso configurativo no es un hecho aislado y único, sino que, con diversidad de lapsos temporales, se repite de manera bastante similar en las diferentes ciudades industrializadas que podemos encontrar a lo largo y ancho del mundo. Un caso ícono que se dio durante las primeras décadas del Siglo XX, y que fue muy estudiado por aquel entonces, es el de la ciudad de Chicago (EEUU). Allí, diversos sociólogos coincidieron en que la industrialización había creado una ciudad de nuevo tipo, donde estaban siendo relegadas las formas de sociabilidad características de la sociedad preindustrial y se comenzaba a configurar una ciudad donde el anonimato iba anulando todas las formas de interrelación que habían existido (Arocena y Marsiglia, 2017). El habitante de esa nueva gran urbe no podía conocer a todas las personas que se relacionaban con él; las relaciones comenzaban a ser superficiales, lejanas y anónimas. La vieja ciudad pasaba a ser una gran selva de hormigón en la que todos eran desconocidos. Se ponía en crisis una virtud clave de las comunidades locales: el sentimiento de proximidad. Suena bastante parecido a esta nueva Rafaela, ¿no?

Por otro lado, a esta Rafaela contemporánea, atravesada por ese típico fenómeno del siglo pasado, se le suma otro potente componente transformador que nos trajo el Siglo XXI: las tecnologías de la información y la comunicación (TICs). Los grandes cambios en los procesos productivos y comerciales con la automatización, la flexibilización de los procesos y la virtualidad vienen a quebrantar aún más aquel sentimiento de proximidad tan característico de la ya inexistente ciudad-pueblo donde “nos conocíamos todos”.

Y, como si fuera poco, un condimento que le agrega más complejidad a la situación: la desfavorable coyuntura del contexto nacional. Desde hace unos seis años la Argentina se encuentra inmersa en una importante crisis económica, social y política, que ha ido acentuándose progresivamente y sin una señal de mejora a la vista, donde la inestabilidad económica, la pobreza, la desigualdad y la violencia son las protagonistas principales. Y las crisis de este tipo son el caldo de cultivo para generar un clima socio-cultural que agudiza la situación: el desprecio por la política, el descreimiento hacia las instituciones, el individualismo, el “sálvese quien pueda” y la exaltación de las diferencias y los sectarismos. Los individuos y grupos sociales desconfían hasta el odio del lejano o del diferente, eligiendo refugiarse en lo cercano e igual, generando brechas sociales y culturales muchas veces insalvables.

Ante este tan complejo laberinto que configura la realidad actual de nuestra ciudad, la construcción de una salida para un futuro de bienestar necesita de la acción de nuestra comunidad en el nivel local basada en la perspectiva del desarrollo territorial. Existen diversos enfoques de este concepto; en mi caso decido definirlo utilizando la base conceptual que postula Amartya Sen desde la perspectiva del desarrollo humano: el desarrollo territorial es la interacción deliberada y organizada entre diversos actores individuales y colectivos que comparten un territorio común, con una determinada apertura al mundo exterior, con el fin de lograr tres objetivos para todos los ciudadanos de dicha comunidad: vivir largo tiempo y con buena salud, adquirir conocimiento, y tener acceso a los recursos necesarios para disfrutar de un nivel de vida adecuado.

¿Con quiénes y cómo?

Claro está que esta definición de desarrollo territorial es una conceptualización teórica e ideal, sirve para establecer una dirección política a la planificación de la acción territorial, no para descansar en la creencia de que cualquier comunidad local está naturalmente en sintonía con esta idea y la reivindica conscientemente. Para que exista una real dinámica local en favor del desarrollo territorial debe existir un sistema de actores locales interrelacionados y que articulan entre sí, con sus diversas lógicas sectoriales, pero con una serie de objetivos y acciones conscientemente comunes.

Esta idea, que suena tan atractiva y resuelta, es verdaderamente muy difícil de concretar, especialmente ante la lógica socialmente aceptada del Estado centralista, que le otorga al mismo una posición de agente omnipotente y, en contra partida, coloca a las comunidades locales en un lugar de impotencia casi total, incapaces de establecer por su cuenta políticas económicas y sociales locales.

Sin embargo, hay una buena noticia: Rafaela, a lo largo de su historia, ha prescindido bastante bien de esta potente lógica, y diversas experiencias asociativas han hecho de esta ciudad un importante centro de desarrollo durante el Siglo XX. Pero ojo, esta afirmación no confirma la existencia de un modelo exitoso en la Rafaela actual. Más bien podríamos decir que la ciudad sigue manteniendo en gran parte esa base emprendedora y asociativa del pasado, pero desde hace unos años esa dinámica ha sufrido un agotamiento, en el marco de este cambio de fase que experimenta hacia la ciudad-urbe.

Rafaela, por su historia, cuenta con una importante masa crítica necesaria para el desarrollo territorial. Tal vez asiste hoy a una suerte de “desorientación” ante una vieja ciudad que muere y una nueva ciudad que nace, pero no se trata en este momento de hacer borrón y cuenta nueva, descartando todo lo hecho hasta aquí para crear mágicamente algo nuevo, sino más bien de redefinir la orientación de las políticas y acciones de articulación entre los diferentes actores locales, en pos de un nuevo esquema de desarrollo local.

Se trata de construir un nuevo gran acuerdo político, económico y social local, con representación de los diversos actores locales y con miras en el largo plazo. Y, como es de imaginar, esta gran gesta para nuestra comunidad no será resultado del libre y natural antojo de los diversos intereses sectoriales, sino de un gran esfuerzo constante y consciente de vinculación, articulación y concertación hacia el objetivo común del desarrollo económico y social de la nueva Rafaela.

Y para lograr esto resultarán clave tres ejes de acción. En primer lugar, impulsar una corriente social asociativa que ponga sobre la mesa de discusión pública este gran desafío y proponga las alternativas de futuro, generando conciencia y participación civil. En segundo lugar, generar un gran marco de concertación, movilizando al heterogéneo conjunto de actores locales para lograr la coordinación y articulación en red de todo el entramado. Y, en tercer lugar, un componente ya clásico del desarrollo, pero no menos importante: la innovación, para producir nuevas ideas, nuevas formas de emprender, nuevas formas de asociación, con un apoyo en red basado en la diversidad de recursos materiales, tecnológicos y humanos existentes en el ámbito local.

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