Ha sido demostrado científicamente que el Planeta Tierra, a partir de la primera revolución industrial, ha sufrido por la actividad del hombre importantes deterioros biofísicos en todos sus componentes: la atmósfera, la biodiversidad, el suelo, los bosques, el aire, el agua dulce, el mar, los minerales y el petróleo.
En ese sentido el cambio climático, como resultado de los cambios en la atmósfera y otros sistemas naturales, es el fenómeno más preocupante por las consecuencias previstas y no previstas que tendrá si no se frena. Entre las consecuencias previstas se incluyen un aumento en las temperaturas globales, el derretimiento de los polos y la desaparición de los glaciares, una subida del nivel del mar y mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, sequías, lluvias torrenciales y fuertes nevadas, inundaciones, acidificación del océano y extinción de especies. Por supuesto, todas estas catástrofes de la naturaleza impactarían en las actividades económicas de maneras que no son fácilmente calculadas, como por ejemplo la drástica disminución en la producción de alimentos, lo que podría desencadenar en graves conflictos sociales de supervivencia y, en el extremo, la extinción humana.
En el año 2015, en la Asamblea General de la ONU en París se definieron diecisiete objetivos mundiales para la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030, que incluyen aspectos tanto económicos, como sociales y ambientales. En relación a lo ambiental y al cambio climático, allí se constituyó el “Acuerdo de París”, que tiene como objetivo atacar la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Desde los valores preindustriales, la temperatura promedio de la superficie de la Tierra ha aumentado alrededor de 0,8 °C, y se estima que, si no se implementan acciones de mitigación, durante el presente siglo la temperatura superficial global subirá entre 2,6 y 4,8 °C con respecto a los valores preindustriales. Siguiendo el criterio de precaución, y considerando que ese aumento de la temperatura global puede representar consecuencias catastróficas tanto previsibles como no previsibles, el Acuerdo de París estableció la meta de que el aumento promedio de la temperatura global en el año 2100 no superase los 2 °C, para lo cual los GEI deben disminuir entre un 40 y un 70% en 2050 respecto de 2010.
A partir de este objetivo planteado se desprenden múltiples formas posibles para lograrlo, como el crecimiento verde, el desacople entre crecimiento y emisiones, y hasta se están planteando propuestas de decrecimiento económico, lujo que se pueden dar las sociedades desarrolladas -Holanda es un país que lo está discutiendo- y que no está dentro de las posibilidades de Argentina y los demás países del Tercer Mundo. De hecho, en las agendas políticas de estos países la urgencia hoy está marcada por las cuestiones económicas y sociales, por lo que los problemas ambientales están -con suerte- en un tercer plano.
Asimismo, hasta resulta lógico y justo que sean los países más industrializados los primeros en tomar medidas, ya que tan solo 10 naciones son responsables del 70% de las emisiones de GEI: China (30,5%), Estados Unidos (15,4%), India (6,1%), Rusia (5,3%), Japón (3,7%), Alemania (2,25%), Irán (1,84%), Corea del Sur (1,76%), Arabia Saudita (1,61%) y México (1,45%) (Conte Grand, 2018).
En el caso de Argentina, según el último dato disponible para 2014, las emisiones de gases de efecto invernadero representan el 0,7% del total global, colocándola en el puesto 27 del ranking de naciones. De dichas emisiones, el 53% se origina en el sector energético; el 39% en agricultura, ganadería, silvicultura y otros usos de la tierra; el 4% se debe a las actividades industriales y usos de productos; y el 4% restante a los residuos (Conte Grand, 2018).
Teniendo en cuenta estas consideraciones previas, y que hoy en Argentina urge primordialmente resolver los serios problemas económicos y sociales, no está mal señalar algunos desafíos que tenemos en términos ambientales y, por qué no, acoplar nuestros planes de desarrollo económico y social a la perspectiva de la sostenibilidad y preservación ambiental en el marco de un posible crecimiento verde.
Sin dudas lo prioritario en nuestro país es la descarbonización de la matriz energética; esto es, pasar de un sistema energético basado en la quema de combustibles fósiles hacia uno basado en las energías renovables -como la solar, por ejemplo-. Esta medida es clave en la lucha mundial por el cambio climático, ya que ataca directamente a la fuente principal de las emisiones de GEI.
Por otro lado, la preservación y recuperación de los bosques nativos y la biodiversidad asociada es otro punto central en la lucha contra el cambio climático; en este caso porque favorece el consumo de los GEI, ya que los árboles, para vivir, consumen dióxido de carbono -el principal GEI- emitiendo a cambio oxígeno. Actualmente, la agresiva avanzada de deforestación se está llevando a cabo mayormente en las provincias de Salta, Santiago del Estero, Chaco y Formosa, con el fin de aumentar las superficies de tierra disponibles para explotación ganadera y de soja transgénica. En estos territorios resulta necesario frenar lo antes posible estas avanzadas. Por otro lado, cabe también señalar que en vastos territorios de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba esta destrucción biofísica ya fue ejecutada durante los siglos XIX y XX con el auge de las actividades agropecuarias tan características de esta región, por lo que hoy nos encontramos en la necesidad de implementar contundentes planes de reforestación y recuperación de masa boscosa de especies autóctonas. Es muy importante resaltar también que esta destrucción de los sistemas boscosos nativos alienta los desequilibrios en las precipitaciones, generando más frecuentemente fenómenos de sequías e inundaciones -que ya las estamos sufriendo-, sumado al deterioro de los hábitats naturales de diversas especies animales y vegetales.
La actividad agropecuaria debe necesariamente ir migrando desde el modelo agroindustrial transgénico hacia el paradigma de la producción agroecológica, la cual posibilita la producción de alimentos saludables, sin la utilización de compuestos químicos contaminantes y con una adecuada preservación de los sistemas biofísicos. Recientemente ha sido demostrado por una investigación de la Chacra Experimental Integrada Barrow del INTA, ubicada en la ciudad de Tres Arroyos, que este sistema productivo es más rentable en comparación con el paradigma convencional, ya que casi no utiliza insumos de origen transgénico.
Otro tema que, por su complejidad técnica, puede ser más difícil de implementar pero que no deja de ser necesario, es la reestructuración de los ejidos urbanos, haciéndolos migrar hacia el concepto de ciudades bosque, el cual promueve el establecimiento de grandes corredores o pulmones verdes dentro de las propias ciudades, dando como resultado una desconcentración urbana, con los beneficios que ello trae aparejados: menores temperaturas climáticas, aire más puro, mejores condiciones fisicoquímicas de los suelos, convivencia con diversas especies vegetales y animales, entre otros beneficios para el bienestar de las personas y el ambiente.
Finalmente, y ante estos desafíos que se plantean, es interesante marcar que hay múltiples caminos posibles para encararlos. En ese sentido, suele postularse que los mecanismos propuestos deben ser simples y economicistas para lograr la máxima efectividad. Existe un importante consenso a nivel mundial acerca de la implementación de impuestos ambientales que, básicamente, proponen un gravamen especial para aquellos bienes y servicios que son obtenidos a costa del deterioro ambiental, lo que, en términos de mercado, desalentaría el consumo de los mismos y la sociedad iría migrando progresivamente hacia consumos más responsables con el sostenimiento ambiental. Por supuesto que una medida así merece un análisis particularizado, pero todo indicaría que es el más efectivo de los mecanismos posibles.
Recapitulando
A través de una serie de cuatro notas me propuse abordar el paradigma del Desarrollo Sostenible, comenzando por su definición y luego puntualizando sobre los desafíos que tenemos en el plano económico, el plano social y, en esta nota, el plano ambiental.
Sin dudas es éste el paradigma que nos va a permitir proyectar un futuro posible, un futuro vivible. Como a la gran mayoría de los países del Tercer Mundo, Argentina enfrenta antes que nada la urgente necesidad del crecimiento económico sostenido y la masificación de niveles dignos de bienestar social. Por su mayor incidencia ambiental actual e histórica, es a los países más industrializados los que le toca con mayor responsabilidad tomar medidas para detener el ecocidio que estamos viviendo.
Sin embargo, y especialmente por ser un gran reservorio de riqueza natural y uno de los mayores productores de materias primas del mundo, a Argentina le toca el desafío clave del crecimiento verde, mediante el cual logre conjugar el crecimiento económico con la preservación ambiental. Y todo ello será posible de lograr primordialmente a través del conocimiento, el buen uso de la tecnología, la conciencia y acuerdo social y, sobre todo, con voluntad política.
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